Sos argentino, sos culpable

Fue a trabajar a los Estados Unidos y lo detuvieron, junto con otro argentino, por violación. Estuvo dos años alojado en pabellones especiales y cárceles de máxima seguridad. En noviembre de 2003 lo declaran inocente. Pero le impiden volver a pisar suelo norteamericano. El precio de ser argentino.
Trabajó de mesero y de ayudante de cocina. Fue a buscar una oportunidad afuera, como tantos compatriotas. Y conoció el infierno. En su casa de la localidad bonaerense de Gonnet, recuperados ya los siete kilos que perdió en prisión, todavía le cuesta reponerse de la pesadilla de encierro y malos tratos que sufrió durante dos interminables años. Hugo Federico Hernández viajó solo a los Estados Unidos en 1999, con 21 años. Consiguió empleo en un restaurante y con el sueldo y las propinas que arañaba, mantuvo el alquiler de un departamento en Miami Beach. Llevaba dos años de residencia legal en el país cuando, a las 4 de la mañana del 16 de noviembre de 2001, Hernández fue cruzado por unos policías que le pidieron que los acompañe para cooperar con una investigación. En ese mismo patrullero viajaba a su lado otro argentino, invitado a subir bajo el mismo pretexto. Ya en el departamento de policía de Miami Beach, los dos fueron sometidos a 11 horas de interrogatorios, en tono amenazante, instándolos a confesar. A las 5 de la tarde de ese día, le informaron a Hernández que quedaba arrestado. Le cambiaron la ropa por un traje de papel y lo pararon al lado de policías y ladrones para hacer la ronda de reconocimiento. Según la policía, la presunta víctima lo señaló como autor de la violación. De nada sirvieron los 5 testigos que Hernández aportó para que acreditaran que el día del crimen él estaba a 8 millas de ese lugar. Era demasiado tarde; le arrancaron de un tirón vello púbico para las pruebas de ADN, rompieron en la cara su DNI, lo esposaron, lo filmaron para la televisión, me trataron como a un criminal, relató indignado. La noche siguiente a su arresto la pasó en la cárcel, en la que afirma, era la peor celda, según ellos: ´para que empiece a pagar´. Lo pasaron a otro calabozo, el N° 115, pero allí también siguió pagando: no tenía frazada, visitas, teléfono, ni sobres con estampillas, como tenían los otros presos. Le abrían las rejas 15 minutos al día, de 8 a 8.15 de la mañana, nada más que para una ducha. Para los insultos y amenazas, no había horario. Poco después, Hernández fue trasladado a otro piso del mismo pabellón, donde lo mezclaron a él, – que era detenido -, con convictos; todos ellos acusados por abuso infantil. En esas celdas especiales, los guardias eran más duros, y también los castigos. En enero de 2002 sintió que su vida avanzaba hacia lo más alto de la degradación: el joven fue llevado a una prisión de máxima seguridad, donde me albergaron con asesinos, locos y traficantes peligrosos. Mi celda era la K 82 en TGK, 7.000 NW St. Miami, Fl. 33.166, detalla en un idioma indescriptible, como la vida ahí dentro. Casi dos años más duró el martirio, los golpes, las amenazas, la comida incomible, las fugaces tres horas que les tocaban de recreación por semana, eso sí, si no llovía, porque a veces pasábamos semanas enteras sin salir al patio, el tener que limpiar las celdas, sin reparar en que él era un detenido, no un convicto. Por fin llegó el día del juicio. Atrás había quedado la nula representación de los defensores públicos y las presiones para hacerme firmar un trato para arreglar por 20 años de prisión porque, de otro modo, me decían, iban a ser 60. El 20 de noviembre de 2002, las 12 personas del jurado coincidieron con los resultados de la muestra de ADN y encontraron a Hernández inocente del delito de violación. Cuando debieron haberse disculpado por tamaño error, en lugar de eso, Hernández cuenta que las autoridades de migración norteamericanas lo subieron a un avión esposado y, sin devolverle los elementos personales, lo deportaron a Buenos Aires, prohibiéndole entrar de por vida a los Estados Unidos. Hernández reclama al estado norteamericano una indemnización de 2 millones de dólares, por los daños y perjuicios sufridos al haber sido privado de su libertad y de sus derechos más elementales. Sus patrocinadores en la Argentina enviaron sendas notificaciones a los ministros de Relaciones Exteriores y de Justicia, Rafael Bielsa y Gustavo Béliz para interiorizarlos de la situación. ¿Por qué encarcelaron a Hernández sin pruebas suficientes? Juan M. Aberg Cobo, abogado del estudio jurídico que patrocina a la víctima, no tiene dudas de que existió un claro acto de discriminación racial contra Hernández, debido a sus rasgos marcadamente latinos, que influyó en la decisión de arrestarlo, aseguró el letrado. Aberg Cobo sostiene, además, que en la causa hubo fallas, no sólo por algún tecnicismo legal, sino porque los fiscales estaban influenciados. Por otra parte, señaló que: En todo momento se percibió el abuso de poder, al romperle el sheriff los documentos, deportarlo esposado e impedirle regresar a ese país, someterlo a toda clase de maltratos, y mezclarlo con presos con sentencia definitiva, en vez de haberlo liberado o mantenido con libertad vigilada, pero no detenido. ¿Qué puedo hacer si me acusan en otro país de un delito que no cometí? Las recomendaciones frente a una detención en el extranjero son las siguientes: a) Solicitar la presencia de un abogado que defienda sus intereses b) Pedir llamar a la embajada de la cual la víctima es nativa para poner a las autoridades de su país al tanto de los hechos. c) Requerir la presencia de un médico al ingresar como detenido y al ser liberado, para que pueda compararse el estado general del paciente y ver si sufrió vejaciones. d) Llamar, en caso de ser posible, a un familiar o amigo residente en Argentina, para que adviertan a las autoridades nacionales sobre la situación del detenido.